Yo iba tranquila dentro de una bala

Los poetas que aparecen cuando el reciente fin de siglo suelen jugar con los crepúsculos y con Emily Dickinson. María Elena Hernández Caballero asombra con misteriosos diálogos postreros desde su primer libro. Siempre se está yendo. Esa es la esencial característica órfica que transmite. Una urgente intranquilidad, a la expectativa siempre, señala que el mundo es una esfera que Dios hace bailar sobre un pingüino ebrio. Y el lector de inmediato busca la matriz. La encuentra y se le pierde una y otra vez, uno y otro poema, entre derrotas y ramas rotas. Es un payaso que observa las...